México y su playera: ¿Identidad o negocio?
* Mientras selecciones como Brasil, Argentina o Alemania se sostienen en una identidad cromática casi inamovible, México ha probado con poco pudor toda la gama disponible. Del verde tradicional al negro intimidante
Por Jorge Omar Vázquez Varela
En el futbol no solo se juega con los pies. También se juega con la memoria, con los símbolos y con esa emoción colectiva que se nos mete en el pecho cuando suena un himno y once jugadores salen con los colores que, queramos o no, representan algo más que un equipo. La camiseta de la Selección Mexicana ha sido, por décadas, ese objeto que nos une, que nos acompaña en derrotas dolorosas y en triunfos contados pero intensos. Una camiseta que, para cientos de miles, es casi un segundo escudo nacional.
Y, sin embargo, esa misma camiseta hoy se siente distinta. No necesariamente mala, pero distinta. Cada cierto tiempo, Adidas presenta un nuevo diseño: colores alternativos, patrones llamativos, reinterpretaciones del verde, regresos, huidas y reencuentros. Los catálogos cambian más rápido que los procesos en fuerzas básicas. Y detrás de cada nueva prenda hay un contrato millonario, uno de los más grandes en el mercado global, que coloca a la camiseta mexicana entre las más vendidas del mundo. Ese es el dato que pocos discuten: México vende. Mucho.
Pero la pregunta es otra: ¿a qué costo?
Mientras selecciones como Brasil, Argentina o Alemania se sostienen en una identidad cromática casi inamovible, México ha probado con poco pudor toda la gama disponible. Del verde tradicional al negro intimidante, pasando por el rosa mexicano, tonos fluorescentes y hasta interpretaciones prehispánicas que buscan marketing más que memoria. Y sí, es cierto, vivimos en tiempos donde el deporte es negocio y las marcas necesitan innovar para vender. Pero cuando la innovación se convierte en desarraigo, algo se pierde en el camino.
La gente no está en desacuerdo con el diseño per se. Basta con salir a la calle: la nueva playera se vende, se presume, se colecciona. Es bonita, atractiva y moderna. Pero cuando preguntas qué representa, cuando rascas tantito bajo la estética, emerge la incomodidad: “Está padre, pero ya no sabemos cuál es la verdadera playera de México”.
Y ese es el punto central.
México ha cambiado de piel tantas veces que la piel dejó de significar algo firme. El aficionado, ese que paga boletos, ese que llora en fases de grupos, ese que canta, aunque todo vaya mal, ya no reconoce a su selección por sus colores, sino por el logo de la marca y la fecha del lanzamiento.

Adidas no es culpable. Hace su trabajo: sacar productos que reventarán en ventas. La Federación tampoco es ingenua: firmaron uno de los contratos más altos del mercado porque sabían que la pasión mexicana es rentable. Pero en medio de esa relación comercial, la identidad quedó negociada. Y la afición, aunque siga comprando, siente esa distancia.
La camiseta de una selección no es solo ropa. Es representación. Es memoria. Es herencia. Y cuando esa herencia se cambia con tanta frecuencia, deja de ser tradición para convertirse en producto desechable.
Por eso, el regreso al verde no es un simple movimiento estético. Es una reconciliación. Especialmente ahora, con un Mundial compartido en casa, donde el futbol volverá a ser escenario de encuentro y afirmación colectiva. En 2026, millones de gargantas cantarán el himno no solo en las tribunas, sino también en calles, plazas, patios y salas. Y cuando eso pase, es crucial que la Selección salga al campo con los colores que nos han acompañado desde siempre.
La playera verde no es moda. Es una raíz. Y un Mundial en casa es el terreno perfecto para volver a plantarla.
Porque sí, el negocio existe. Sí, las ventas importan. Pero hay momentos donde un país necesita recordar quién es cuando se mira al espejo. Y en México, ese espejo también es de color verde.
