Don Mateo Báez Pérez, una breve semblanza de un gran hombre
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Néstor Chávez Gradilla   Catarino González B

* Se concatena este artículo con su corrido preferido “Catarino y los rurales” de Nayarit

* En la actualidad  Don Mateo, es considerado una leyenda viviente y goza del respeto de todos sin excepción

* Fernando Olivas Ortiz

Durante varios años en diferentes momentos y circunstancias he platicado con mi amigo y además compañero de profesión Rafael Báez Molina, en ese tiempo logre charlar con él en varias ocasiones y me refería el orgullo que tenía por su padre Don Mateo Báez, destacado sinaloense, quien logro escalar como jefe policiaco de la región de Mochis, lugares preponderantes y que por ese motivo se convirtió en su ejemplo a seguir, por cierto mi estimado Rafael, goza de una buena reputación y se le conoce como un hombre probo y goza de estimación entre la sociedad y dentro del mismo gremio, situación nada fácil de lograr, en el estado de Sinaloa.

De allí que ahora que se da la oportunidad,  hacemos una pequeña semblanza del hombre que le dio la vida a Rafael, excelente periodista que por cierto es coordinador en la entidad de esta Revista Intercontinental de circulación a todo color, actualmente como muchos medios informativos en forma virtual y su trascendencia la ha hecho que circule por nuestra república mexicana y otros continentes de allí su nombre que especifica claramente el hecho.

Quizás como siempre pasa me quede corto en señalar asuntos importantes de la existencia de quien es un personaje reconocido del tema policiaco, tan vilipendiado y poco respetado no sólo en este tiempo sino en todas las etapas de la vida, de allí que cuando aparecen personajes como Don Mateo, como es ampliamente conocido, merece un reconocimiento real y espero que estas pequeños párrafos permitan conocer aunque  sea un poco a nuestro personaje de hoy.

“Un ex jefe policiaco de Los Mochis, Sinaloa, jubilado con todos los honores por haber sido un ícono de rectitud, honradez, honorabilidad y su palabra siempre ha sido un documento firmado al portador. En la actualidad es considerado una leyenda viviente, goza del respeto de todos sin excepción, un ejemplo a seguir. Así lo expresan quienes lo conocen”.

Don Mateo Báez, nació el 21 de septiembre de 1931, en Potrerillos, San Javier de Arriba, municipio de Badiraguato, Sinaloa, viajando a otras partes del estado desde muy joven, en busca de mejores oportunidades de vida. Tiempo después, se casó en Culiacán, con la mujer de su vida, su compañera inseparable, Doña Arcelia Molina Gutiérrez, 63 años de feliz matrimonio, quienes procrearon 8 hijos (4 hombres y 4 mujeres) Rafael, Carmen, Flor, Enrique, Mateo, José, Isabel y Arcelia Olivia, unos hijos orgullosos de sus padres a más no poder, a quienes consideran su más grande orgullo y ejemplo de vida a seguir.

Se jubiló en 1990, después de 38 años de servicio, iniciando como policía de plazuela hasta llegar a los más altos cargos. Estuvo en Cosalá, en Culiacán y en Los Mochis, llegó para quedarse. Recibió muchas ofertas policicas para que se trasladara a Culiacán, pero las desechó todas, diciendo que “de su familia jamás se separaría, que seguirían viviendo modestamente, pero comida jamás les iba a faltar y así fue”. En la actualidad tiene 88 años y con mucho amor a la vida, a su esposa y a sus hijos. Le apasiona la música ranchera, pero del siglo pasado y su canción preferida es “Catarino y los Rurales”.

Pero ¿quién fue Catarino?; esta es una historia verdadera, recopilada por Néstor Chávez Gradilla, historiador y cronista municipal de Acaponeta, Nayarit. Y aquí lo comentamos al alimón, porque en verdad de toda la vida ha sido el corrido preferido del hombre de quien hoy hablamos Don Mateo Báez, que por cierto mi dilecto amigo Rafael me hizo favor de extractar y aquí lo presentamos.

Catarino, el afamado guerrillero rebelde y justiciero nació en el entonces Rancho de Quimichis (que quiere decir lugar donde abundan las ratas) de la Municipalidad o Prefectura de Acaponeta, el 28 de diciembre de 1874. Catarino fue hijo del matrimonio formado por Francisco González y Fidela Betancourt

Sus hermanos Carlota, Macedonio, Catarino, Melchor, José y Fidela. Don Francisco y sus hermanos Melchor, José y Fidela, junto con algunos amigos, fueron los originales fundadores del Rancho de Quimichis, donde antes había sido una pequeña comunidad indígena de tecualmes, tepehuanos y totorames. Con el paso de los años, contiguo al rancho, unos españoles llegaron y fundaron la Hacienda de Quimichis. Todos trabajaban tranquilamente, en paz y prosperidad y sin ningún problema, pues muchos quimicheños se ocupaban como trabajadores en la Hacienda; pero llegó el día en que los españoles fundadores tuvieron que irse, y vendieron todo a unos empresarios también españoles con el nombre de “Ignacio Madrigal y Cía.” Quienes, en su afán de extenderse, declararon al Gobierno Federal Porfirista que la mayoría de las tierras del rancho de Quimichis estaban ociosas y abandonadas desde muchos años atrás pues sus habitantes no las trabajaban, lo cual era totalmente falso.

Muy pronto, llegaron numerosas fuerzas Rurales y un actuario para despojar a los quimicheños de sus tierras y dárselas a los hacendados, sin que ellos pudieran hacer nada, no valieron sus protestas reclamando que esas sus tierras sí estaban en producción y que les pertenecían desde muchos años atrás.

En lugar de atender sus demandas, fueron brutalmente repelidos y castigados con golpes, azotes y apaleados por los rurales, obligándolos a dejar sus tierras y sus casas. Muchas familias, en esa forma en un solo día fueron despojados y arrojados despiadadamente de sus tierras y de sus casas, tocándoles también esa triste suerte a Don Francisco González y su familia. En la refriega, un rural atropelló a Melchor con su caballo dejándolo tirado, herido y con golpes contusos. A causa de esta injusticia, muchos quimicheños, entre ellos Catarino y sus hermanos, tomaron las armas y se declararon en formal rebeldía contra el Gobierno. Con ellos iban su amigo Pablo López y su primo Pablo González, quienes lograron capturar a algunos rurales y los molieron a garrotazos.

El primer encuentro que Catarino tuvo con los rurales fue en el rancho de El Tacote, en donde mató a los Rurales Valentín Ávila Y Antonio Cárdenas, cayendo muertos también los compañeros de Catarino, Emiliano Villa y Cosme Medina. Como los rurales eran más, lograron aprehender a Toribio García y a José Castañeda, quienes fueron remitidos a Tepic.

“Catarino y los rurales/ se agarraron a balazos/ Catarino echaba bala/ los rurales cañonazos”.

Muchos encuentros armados hubo a partir de esa fecha entre los rebeldes quimicheños y los rurales, que defendían los intereses de los ricos hacendados españoles, de manera que la fama del jefe cabecilla guerrillero se extendió por todo el Territorio de Tepic, declarándolo el Jefe Político y de las Armas general Mariano Ruíz, un proscrito, bandolero y asesino, poniendo precio a su cabeza, ordenando y exigiendo a las autoridades militares y civiles exterminarlo lo antes posible.

Dice la revista Adelantos y Mejoras Materiales en el Territorio de Tepic (1905-1909) que “en el mes de octubre de 1906, el terrible bandolero Catarino González, seguía cometiendo sus depredaciones y crímenes sin que fuera posible capturarlo. El día 7 de octubre en un baile que tuvo lugar en el Rancho de Los Tacotes, mató a 3 de los concurrentes e hirió a otro, creyendo que eran auxiliares secretos de la policía…” Dice el corrido “Un domingo por la tarde/ bailaron, tomaron vino/ levantaron cuatro muertos/ que ha matado Catarino/”.

El 16 de noviembre, tuvo un encuentro con el cabo de gendarmes Blas Ruíz, matando al gendarme Ignacio Robles. Dice también la revista que este asesino causaba la desesperación del gobierno pues había logrado inspirar tanto terror, que nadie se atrevía a delatarlo.

El 21 de julio de 1907, tuvo un encuentro en el cerro del Chavarín con el destacamento que comandaba el sub-Prefecto de Tecuala Enrique Mérida con los hombres del cabo 2o de rurales Blas Carrasco, logrando escapar herido Catarino. Mérida recibió también un balazo que lo puso al borde de la muerte. La revista falsamente dice que ahí quedó muerto Catarino. Al respecto,  decía Don Pedro Aguilar González que su tío salió herido en la Laguna de la Cruz, pero que auxiliado por sus compañeros su primo Pablo González y su fiel amigo Pablo López, alcanzó a refugiarse en el rancho de Paso Hondo en donde estuvo convaleciente por varios meses atendido todos los días por su hermana menor Fidela y los fines de semana por su hermana mayor Carlota ya casada (mamá del Cilantro).

A ese lugar, una vez a la semana iba a llevarle alimentos y medicinas un arriero amigo suyo de nombre Cecilio Romero. Anteriormente, este mismo señor les conseguía armas y parque en Acaponeta que ocultaba en cargas de carbón y leña. Mientras él estaba en cama reponiéndose de sus heridas, su hermano mayor Macedonio siguió en la lucha, pero fue capturado y bárbaramente torturado para que dijera dónde estaba escondido su hermano, pero no les dijo nada. Fue enviado preso a San Juan de Ulúa en Veracruz en donde fue compañero de Chucho el Roto, y ya nunca se volvió a saber nada de él. Lo más seguro es que murió en ese temible lugar, en donde ningún preso duraba más de 2 años.

En uno de sus frecuentes viajes, el arriero Cecilio Romero fue capturado por los Rurales comandados por el Cabo de Sección del 19° Batallón de Caballería Daniel Ruíz, destacamentado especialmente para esta misión por el general Mariano Ruíz, con la cantidad de diez mil pesos para ofrecerlos como recompensa, cuando salía de su casa ya listo para llevarle suministros a Catarino, le encontraron entre la carga, medicinas, algodón, vendas, alcohol, frijol, tortillas, arroz y otros alimentos; lo introdujeron nuevamente a su casa en donde lo torturaron delante de su esposa para que dijera dónde estaba Catarino pero no les dijo nada.

Entonces, recurrieron al soborno ofreciéndole los diez mil pesos que le dio el general Mariano Ruíz y ni así lo hicieron hablar diciéndoles que, aunque lo mataran, él no iba a traicionar a su amigo. Tentada por la codicia, su esposa les dijo que en cuanto tuviera el dinero en sus manos, ella misma los llevaría a donde estaba Catarino. Así se hizo, y contrariando a su marido, luego que recibió el dinero, ella los llevó a ese lugar en donde estaba el afamado guerrillero rebelde Catarino González. Ahí, recostado en su cama recuperándose de sus heridas, indefenso y desarmado, el sub Prefecto de Tecuala, Enrique Mérida y varios rurales, le descargaron sus armas dándole 17 balazos pudiendo así matarlo un 6 de septiembre de 1907. El cuerpo fue sacado y llevado a Acaponeta, donde estuvo 3 días expuesto en la Plaza Constitución como escarmiento.

Furioso, sin saber cómo realmente habían sucedido las cosas, Melchor, el hermano de Catarino junto con varios de sus hombres, le prendieron fuego a la casa de Cecilio Romero gritándole que salieran él y su familia, para hacerle pagar su traición, pero nunca salió nadie, solo se escuchaban los gritos de terror dentro de la casa, muriendo ahí quemados Cecilio, su esposa y sus pequeños hijos. Melchor quedó muy acongojado y con un gran cargo de conciencia pues no quería eso, ya que él esperaba que se salieran de la casa y castigar únicamente a Cecilio, a quien creía un traidor causante de la muerte de su hermano.

En 1911, Melchor y José se incorporaron en Acaponeta a las fuerzas revolucionarias que comandaba el general Martín Espinosa Segura. Melchor ya con el grado de sargento primero, llegó a ser el asistente personal del general Juventino Espinosa Sánchez. En 1915, se dio de baja y se vino a vivir a Acaponeta con sus hermanas. Su hermano José, alcanzó el grado de teniente bajo las órdenes del General más joven de la revolución, oriundo de Mocorito, Sinaloa, Rafael Buelna Tenorio “El Granito de Oro”. Se dio de baja junto con su hermano en 1915, y se vino a vivir al rancho de El Alacrán dedicado a la agricultura y a la ganadería y ahí pasó el resto de su vida.

Dijo también Don Pedro Aguilar, que los hermanos de Catarino, Melchor y José, hicieron tanta amistad con el joven general Rafael Buelna, que cuando llegaba a venir a Acaponeta, siempre los invitaba y se hospedaban en la casa de Don Pedro Ahumada.

Los españoles dueños de la Hacienda de Don Ignacio Madrigal, no aguantaron los frecuentes ataques de la gente de Catarino González y optaron por vendarla para regresarse a España. Los compradores fueron unos gringos de nombre John T. Cabe y Roberto Sumarín de Huenabe, California, quienes liquidaron la Hacienda para formar la Compañía Agrícola de Quimichis S.A. a cuyo frente quedó como Gerente administrativo el Sr. William Dunn, con residencia en Acaponeta, transacción que se llevó a cabo el 02 de noviembre de 1909.

Allá por los años sesentas del siglo pasado, vinieron a esta ciudad unas personas de la Ciudad de México de los estudios cinematográficos Churubusco y se entrevistaron en la Plaza Miguel Hidalgo, con Fidela González (mamá de Pedro Aguilar) solicitándole les contara la historia, el corrido y les diera su anuencia para hacer una película narrando las azarosas aventuras de su hermano Catarino. Doña Fidela muy molesta, les gritó que su hermano no sería juguete ni diversión de nadie y que no les iba a decir nada, retirándose ellos muy contrariados por haber hecho tan largo viaje para nada. Así, en esa forma, se perdió esa oportunidad de que hubiera en esos años una película que le hubiera dado a Catarino fama a nivel nacional.

Diez años duró Catarino en la lucha contra los rurales gobiernistas quienes defendían los intereses de los abusivos hacendados, desde 1898 hasta 1907. Varios de sus hombres continuaron en la lucha, pero el Jefe Político del Territorio, General Mariano Ruíz, tomó la decisión de enviar más fuerzas rurales con la consigna de limpiar totalmente la región de rebeldes; así fueron cayendo abatidos; Benito López y Marcos Domínguez en El Tacote; Jacobo Alcaraz, en El Limón; Nicolás Arámbula, en Hejuquilla; José Mitre y Maximino González, en El Resbalón; Tomás López en La Guásima; Emiliano Villa, Cosme Medina, Toribio García, José Castañeda y José Mitre, en El Oro.

“Catarino les gritaba/ con toda su voz completa/ no crean que les tengo miedo/ soy del Río de Acaponeta”. Estrofa de la canción. N. de la R.


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